se llama como la primera oración
Esos pequeños seres.
Quiénes se creen que son esos pequeños seres.
Dicen llamarse hombres. Ser puntuales, perfumarse.
Algunos con plomo, aroma de la injusticia: La Desigualdad
los define.
Y esos pequeños hombres, de pequeños pies, se pierden en sus
propios pequeños pasos.
Que unos esperan ¿Qué esperan?
Que otros se apuran ¿hacia donde?
Que otros gritan, miedo al silencio. Que otros callan, miedo
al rechazo.
Miedo al saber. Miedo al miedo.
Esos pequeños hombres, que respetan a los semáforos pero no
por sus colores. Pese a eso, tampoco a ellos mismos, que son quienes cruzan en
sus pequeños límites llamados calles. Algunas, tierra; otras, cemento. Depende el perfume.
Se peinan cuando buscan ideas nuevas. Se despeinan con la
brisa. Se preocupan más por su pelaje que por sus ideas.
Su miedo al saber los distingue: del sol, de las nubes.
Sonríen por miedo y no por felicidad.
Su sombra crece. Su sombra y la luna.
Y esos pequeños hombres jugando a las reglas, a las leyes, a
estar con cara de preocupados, con cara de ocupados, con caras. Se creen libres
porque usan corbatas, aunque de a poco los ahorcan. Su libertad, que sólo la
conoce el que la pierde.
Entre ellos, encierran a quien no quiere ser parte de ese
juego idiota.
Si es que no lo matan a golpes para que dios, un no hombre
no pequeño, lo purifique allá en otra vida. Como si la hubiera, se convencen de
creer que existe otra.
Esos pequeños hombres que juegan sin dados, pero con
monedas.
Matando al azar, pariendo al destino.
Los veo ahí, tristes en la cara, en la soledad, en su
individualidad.
Los veo detrás del vidrio que me convierte en sombra, que me
hace invisible.
Como cada una de sus pequeñas miradas titilantes.
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