Carta que nunca llega a un amigo


Sigo siendo, amigo mío, el niño que creían mudo.
Ese que nadie sabía lo que quería, pero que bien sabía, sólo que no me entendían.
Sigo siendo el niño que cuando la primera palabra soltó poesía,
pero todos escriben mejor que yo.
Todos expresan mejor que yo, eso que tanto me cuesta describir.
Porque se reían de mi antes y ahora más, cuando te diga que para mi ella era como una gatita.
¿Viste cuando estiran los brazitos y cierran los ojos con un pestañeo cuasi eterno, profundo, como en cámara lenta? Y cierran, y piensan y se quedan eternamente como esperando el retrato o la esfinge.
Y en esas orejas puntiagudas que cada tanto parece que también pestañearan, hay un silencio de escucha: un auto silencio para escuchar la voz interior.
Es como si hubiese una sola maravilla, y seguro ella fue la primera. No del hombre, tal vez de la mujer, seguro creación de sí misma.
Y esa independencia era lo que admiraba, y ese maullido cuando requería, y el ronroneo con sonrisa incluída. Las garras cuando necesario, y la necesidad del mimo, de hacerme creer necesario para su suavidad.
El gato sabe que suave cuando la mano sabe que mano cuando acaricia. Y sabía quien era yo cuando acariciaba su piel.
Seguro él o ella puedan describir mejor que yo, y encuentren la palabra justa o las palabras, o los sentimientos. Seguro es que yo viaje de noche a la Real Academia, para decirles a esos fanfarrones, que ni el quiero, ni el amo, ni el extraño la definen, la completan, quizás la complementen; pero no es eso a lo que voy.

Son estas cartas las que nunca llegan, pero no porque no lleguen a destino, no por la distancia. A veces los carteros son el mejor/peor humano. Peor por demorarse, mejor por darse cuenta.
Y cuando quiero poner el punto, se transforma en coma,
Me juzgaré por perderla, me juzgarás por repetirla, los cansaré y dirán que es obsesión, lo negaré y diré que es insomnio.
Me mentirán, mi hermano, dirán que todo pasa y se olvida. Y sólo podrá entenderme la memoria, a quien engañaré para que todo sea perfecto. Y ella siga sonriendo, y nunca ni una pelea. Falsearé al recuerdo porque mejor así, porque para qué recordar si es feo; para eso tengo el tránsito y la puteada en la esquina o la llamada perdida para venderme un seguro que no quiero y ya me vendieron, ya me debitaron, me debilitaron.
No puedo escribir ni leer en cualquier formato su nombre sin ponerme a temblar, por eso verás unas gotas mi amigo, son del café que escupí por lo frío. Y recordá la infinidad de tazas que tomamos, de jarrito, con leche (recuerdo un error fatal con yogur), este era negro y bien amargo.
Y les ocultaré tantas caminatas, tanto silencio, tantos llantos, que si la casa volviera al piso de tierra, alud de barro.
Y fingiré tristezas, y se darán cuenta pero no dirán nada. Y seremos cómplices en no compartir la derrota mientras eso es lo que hacemos. Seguiré buscando la palabra adecuada y nos reiremos, incluso nos burlaremos de la persona única y me dirán que el tiempo, ese eterno dictador, todo lo cura.
Yo diré que nunca estuve enfermo. Me dirán que ella y rechazaré la propuesta. 
Les diré que todos de niños creíamos que los gatitos, después de no verlos por un largo tiempo, se iban con sus novios a recorrer los tejados y a dar un paseo mientras nosotros seguíamos poniendo comidita y leche, y una vez al año pasto para los Reyes.
Después de todo, tal vez sean los perros quienes lanzan las ramitas a los humanos.




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