La Importancia de la piedra


Era sencillo. Lo primero que hacíamos era juntar unas cuantas. Los más justos, buscábamos las más parejas en cuanto a peso y tamaño; los engañadores de siempre, las más livianitas aunque redondeadas para favorecer el agarre.
El reglamento consistía en arrojar una al aire y cuatro esperando. Antes de la caída, durante el vuelo majestuoso, ir levantando de a una, girando la mano extendida e invirtiendo la palma para luego contenerlas en la mano hasta vaciar el piso.
El reglamento era preciso, y no se disponía de más tiempo que el otorgado por la presión de los contrincantes en frases injuriosas y de bajísima calidad académica. La pasión se coronó más veces que la física en un deporte de piso, que solían observar las hormigas y alguna que otra curiosa vaquita de San Antonio.
Recuerdo que era fácil conseguir piedras en las obras inconclusas de los vecinos del barrio: el quincho interminable, la medianera mal calculada, la casa diseñada al borde de un ataque de arte, el estacionamiento sin autos, la cancha de bochas, o la vereda de Roberto.
A veces las monedas hacían de piedras, por lo que el premio ya no era sólo el honor, sino la riqueza del juguito o la mielcita, y en el caso de los no azucarados, el ahorro egoísta.
Muchas veces los justos nos cambiábamos de bando y nos engañábamos levantando de primeras dos o tres, en vez de la paciencia del levante uno por uno. No por el objeto: la piedra siempre tiene paciencia, el problema es el ansia de sentirse ganador. A Nicolás solía trampearle, también a Gonzalo, y a mi seguramente también me lo hicieron Yamila, Rochi o Naty.
La importancia de la piedra era la payana.

Pasaron años hasta entender que la importancia de la piedra no era sólo el juego, sino la firmeza.
Si juntábamos piedrita por piedrita, hacíamos un paredón. Podía ser muro, trinchera de resistencia.
Si juntábamos piedrota por piedrota, la estrategia era ofensiva y nadie podía ocultarse de las catapultas.
También descubrimos la fragilidad de los vidrios, la inutilidad de los espejos y la mediocridad de la amenaza. Además aprendimos que todos los vecinos podían decir malas palabras, a las que podíamos juntar y armar un vocabulario aplicable cuando nos tocaba maldecir a los dioses, invocar a los demonios, y a las vecinas como Violeta, la Bruja, Horacio o los testigos de jehová de a la vuelta. Sutileza poética aparte, unos clasistas hijos de puta que les molestaba nuestra inocencia en su mundo de evasión impositiva y maltrato de menores.

Cuando crecimos un poco más, las piedritas pasaron a ser vasijas de vidrio y las rondas eran jugar a la botellita. Los primeros besos, los primeros amoríos y la función de la piedra pasó a ser la cita de noche en verano. La técnica consistía en elegir una piedra muy pequeña, que al chocar contra una ventana/puerta/persiana genere un ruido que llame la atención a la persona deseada, aunque no podía hacer más ruido que un gato en celo, pero tenía que tener la misma esencia.
El Galle le hacía chistes a Rubén por la silla de ruedas tras el reto de Noe y Titi (queríamos mucho a Rubén), mientras a la vuelta iban y venían los primeros chispazos y la amistad se dificultaba entre amores mezclados con el orgullo de la mierda machista, desconocer el rol de la lengua en el beso y no mostrar sentimientos ante los viejos injuriosos de la payana.
La importancia de la piedra era que la esperen.

El tiempo pasó y el barrio se alejó de nosotros, y nosotros del barrio, y nosotros de mí, y yo de nosotros.
Hoy la nostalgia es el sonido de la piedra contra el postigo.
Una noche golpeé la persiana con una piedrita. Primero te asustaste, no entendiste, te enojaste. Pero cuando te pedí que escuches ese ruidito para que no te vayas nunca de mi vida, te reíste.
Te fuiste, nos fuimos, pero nos reímos.

La importancia de la piedra era el juego, la firmeza, la espera y la creación de historias eternas mas no la eternidad.
La sensibilidad en un mundo apurado y sin rumbo no tiene cabida. La sensibilidad es un mal que no cotiza en bolsa, aunque cada tanto es noticia cuando monstruizan a la sensibilidad haciendo creer a los televidentes que es lástima y lastima.
El humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, por eso la importancia de la piedra ahora es esquivarla, es no tropezarse.

Escuché una historia de un pueblo que tropezaba siempre con la misma piedra. Un día se reunió la población entera, llena de chichones y bastones, y decidió inventar una maquina para pulverizarla.
Así nació la primera calle.

La misma calle donde nos cruzamos por primera vez, donde ese pueblo se encontró mil veces y escribió mil historias a partir de un tropiezo.
La misma calle donde me caigo de nuevo.
Y mientras acepto que ya no te das vuelta, pienso: si sabía te abrazaba una vez más.





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