Doblando la esquina

La tinta ya estaba medio seca. Tiempo sin escribir, sin volcarme en la hoja. 
Unas cuantas hojas juntas que se sostienen, que en verdad nos sostienen.

¿Tendrá que ver con que en algún momento fueron parte de la firmeza del árbol? Esencia. Somos historias, relatos, somos.

Entonces no nos abrazamos, entonces el desencuentro.
Es por eso, tinta, que estás seca. Y es por eso, hoja, que estás blanca. Y la tapa del libro llena de polvo. Entonces soplo.

El problema es mi desencuentro: mi cabeza para un lado, el cuerpo por otro. Los ojos para allá, la mirada al otro lado. Mi boca en otra distinta a la que pienso, a la que deseo. Sueño. Sino me desvela por las noches.

La Luna es testigo, pero ella sabe bien de su eterno desencuentro con el Sol.
¿Desencontrarse es encontrarse siempre? Duda. Quizás sea desencontrarse y ya.

Decí que está el mar, la música, el fútbol, la política, la amistad. Libertad. No se la historia entre la Luna y el Sol, busco leyendas, o tal vez haya sido un simple acuerdo.

Conocí una historia, sobre dos que brillaban y que con el brillo se encontraban. Llegó el día que no lo hicieron, llegó la noche en que de a poquito se fueron apagando. Habrán cambiado el brillo, la luz, supongo. Tal vez los colores se hicieron intermitentes, o simplemente se encontrarán en la noticia de un periódico, en un café en una esquina, o en boca de chusma.

Mi desencuentro empezó cuando terminó el de ella. Ella con mi boca, ella con mis brazos, con mi cama, con mis oídos. En verdad, el desencuentro no entiende de tiempos, ni esperanzas (malditas sean).

Ojalá sea, ojalá suceda, que doblando la esquina esté el amor. De nuevo.
Ojalá doblando cada esquina, tengamos la firmeza del árbol o nos transformemos en hojas de primavera.




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